Ser espía no tiene ningún glamour
Publicado el 28-05-2008 , por Marta Martí. Socia Directora de Tribu Respira.
Ser espía parece que sale a cuenta. Ya no es una actividad minoritaria suscrita al superagente que averigua secretos militares en pro de una causa. Ya no es requisito indispensable ni el poder de seducción de James Bond, ni la experiencia real de Markus Wolf el hombre sin rostro.
Para dedicarse al espionaje de la nueva era sólo hace falta tener acceso a una empresa con potente I+D, carecer de ética, y desear dinero rápido. En Alemania el tema está al rojo vivo. El Ministerio de Interior alemán acaba de hacer público un informe de sus servicios de inteligencia en el que se alerta de las terribles consecuencias que está teniendo el espionaje industrial en la economía del país. Algunos medios hablan de pérdidas de entre 15.000 millones de euros y 50.000 millones.
Apuntan a Rusia y China como principales promotores de lo que consideran casi una plaga. Dicen que China tiene prisa. Quiere alcanzar el nivel económico y militar de EEUU antes del 2020. Por ello, ha puesto en marcha una nueva estrategia: al margen de piratas informáticos y de los clásicos agentes de servicio secreto, ha decidido introducir “espías no profesionales” en las pymes. Captan a estudiantes, profesores universitarios de intercambio, o becarios para que se instalen en las empresas alemanas con el único fin de robarles información.
La Corporate Trust y la Oficina de Criminología de Hamburgo amplían la descripción del perfil del nuevo espía. Sus conclusiones indican que detrás de la mayoría de los casos de espionaje están los propios empleados. Motivados por el soborno o por las ansias de venganza contra la compañía, el mejor espía es el empleado rebotado. Y de este perfil, por desgracia, en nuestro país nos sobran.
Alerta pues a estas personas rebotadas. Dirigen su rabia hacia el que consideran su enemigo: el directivo o el compañero que les bloquea su ascensión al poder. Tienen un patrón de comportamiento bastante común. Al igual que los espías tradicionales, actúan con disimulo y secreto.
Observan a sus víctimas, las siguen dentro y fuera de la oficina, las gravan con sus móviles, leen sus papeles de encima de la mesa o escuchan sus conversaciones aunque sean en la sala del café. Y a la mínima oportunidad, zas! Comunican todas las informaciones recabadas, a modo de dardo envenenado, a cualquiera que esté dispuesto a colaborar con su gesta.
Lejos del glamour cinematográfico o el morbo profesional, este tipo de espionaje supera con creces al industrial. Es un espionaje concentrado en el espíritu del traidor. Un tipo de persona carente de inteligencia y valores éticos, nublada por el odio y la impotencia que, además de ser una gran amenaza para la competitividad de muchas empresas, supone un fracaso de la convivencia humana.
Espiar al prójimo, con el único fin de lucrarse, atenta contra la ética. Hacerlo por rencor o puro divertimento, atenta contra la moral. En tales casos, nunca sale a cuenta ser espía.